Que los muertos entierren a sus muertos

Bringt eure Toten raus

“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos… La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido” 4

 

Si esto era verdad cuando Marx escribió estas líneas, cuando del comunismo sólo se podía hablar en futuro, es aun más cierto hoy, cuando anarquistas y comunistas pueden referir unos y otros su propia “historia” y de hecho parecen no hablar de otra cosa. Hoy el marxismo es una tradición de generaciones idas, pero hasta los situacionistas advenedizos tienen dificultades para “dejar atrás el siglo veinte” 5

 

No decimos esto desde un engreimiento respecto al presente, ni del consiguiente deseo de “actualizar” la teoría comunista. El siglo veintiuno – tanto como el anterior – está hecho de la contradicción entre trabajo y capital, de la separación entre trabajo y “vida”, y de la subordinación de todo a las formas abstractas del valor. Es, en consecuencia, tan necesario dejarlo atrás como el siglo precedente. Aún cuando el “siglo veinte” del que hablaban los situacionistas, modelado por sus relaciones de clases, con su temporalidad del progreso y sus horizontes post-capitalistas, obviamente pertenece ya al pasado. Estamos cansados de las teorías de la novedad – posmodernismo, posfordismo, y todos los nuevos productos de la academia – no tanto porque sean incapaces de aprehender una continuidad esencial, sino porque la reestructuración capitalista de los 70 y 80 ya no es ninguna novedad.

 

En este primer número de Endnotes hemos reunido un conjunto de textos (básicamente un intercambio entre dos grupos comunistas de Francia) relacionados con la historia de las revoluciones en el siglo veinte. Como se afirma en estos textos, la historia de esas revoluciones es una historia de fracaso, ya sea porque fueron aplastadas por la contrarrevolución capitalista o porque sus propias “victorias” tomaron la forma de contrarrevoluciones, instaurando sistemas sociales que al depender del intercambio monetario y del trabajo asalariado, no pudieron trascender el capitalismo. Claro que en este caso no se trató simplemente de “traición”; tampoco de “errores estratégicos” ni de “condiciones históricas”. Cuando abordamos el porqué de esos fracasos no podemos recurrir a suposiciones sobre “qué hubiera pasado si…”, culpando de la derrota de los movimientos revolucionarios a todo (a los líderes, a las formas de organización, a las ideas erróneas, a las condiciones inmaduras) excepto a los propios movimientos en su contenido determinado. Es la naturaleza de ese contenido lo que se discute en el siguiente intercambio.

 

Publicamos estos textos “históricos” no para inducir un interés en la historia per se, ni para revivir el interés en la historia de las revoluciones o del movimiento obrero. Lo que perseguimos es que el estudio del contenido de las luchas del último siglo nos ayude a desterrar la ilusión de que ese contenido representa “nuestro” pasado, un pasado que debiéramos proteger o preservar. El párrafo de Marx nos recuerda cuán necesario es deshacernos del peso muerto de la tradición. Incluso nos atrevemos a decir que, excepto por el reconocimiento de la fisura histórica que nos separa de los fracasos revolucionarios del pasado, de ellos no tenemos nada que aprender – no necesitamos recrearlos para descubrir sus “errores” o destilar sus “verdades” - , porque en cualquier caso sería imposible repetirlos. Al hacer el balance de esa historia, al darla por terminada, estamos haciendo una delimitación que pone en primer plano las luchas de nuestra propia época.

 

Los autores del intercambio que aquí publicamos, Troploin y Théorie Communiste, surgieron ambos de una tendencia de comienzos de los 70 la cual, partiendo de los rasgos distintivos de la lucha de clases en ese período, asumieron críticamente el legado de la ultraizquierda histórica, tanto en su versión germano-holandesa (comunismo de consejos) como en la italiana (bordiguismo); así como la obra más reciente de la Internacional Situacionista y de Socialismo o Barbarie. Es por eso que, antes de ir a los textos de ambos grupos, presentaremos el terreno común del que surgieron.

 

Del rechazo del trabajo a la “comunización”

 

Cuando Guy Debord escribió “Jamás trabajéis” sobre un muro de la rivera izquierda del Sena en 1954, esta consigna, tomada de Rimbaud 6, estaba todavía en deuda con el surrealismo y su progenie vanguardista. Es decir, evocaba al menos en parte una visión romantizada de la bohemia de fines del siglo diecinueve – un mundo de artistas e intelectuales desclasados presos entre las relaciones tradicionales de mecenazgo y el nuevo mercado cultural en el que se veían obligados a vender sus mercancías. El desprecio bohemio por el trabajo había sido una revuelta contra, y una expresión de, esa condición ambivalente: cogidos entre un desdén aristocrático por lo “profesional” y un resentimiento pequeño-burgués hacia todas las demás clases sociales, llegaron a percibir todos los trabajos, incluso el suyo, como denigrantes. Este rechazo fue politizado por los surrealistas, que transformaron los gestos nihilistas de Rimbaud, Lautréamont y los dadaístas, en un llamamiento revolucionario a hacer la “guerra contra el trabajo” 7. No obstante, para los surrealistas y para otros revolucionarios no ortodoxos (por ejemplo Lafargue, algunos elementos de la IWW, así como el joven Marx), la abolición del trabajo seguía remitiéndose a un horizonte utópico posterior a la revolución, que era concebida en su inmediatez -siguiendo el programa socialista – como una liberación del trabajo, como un triunfo del movimiento obrero y una elevación de la clase trabajadora a la posición de nueva clase dominante. De este modo se creía, paradójicamente, que para abolir el trabajo había que suprimir todos los límites que lo restringían (por ejemplo, eliminando al capitalista que parasitaba del trabajo, así como las relaciones de producción que obstaculizaban la misma); y que por consiguiente, la condición obrera debía imponerse a todo el mundo (“el que no trabaja no come”) y debía recompensarse al trabajo dándole (mediante diversos esquemas de contabilidad laboral) la parte del valor producida por él.

 

Esta aparente contradicción entre medios y fines, puesta en evidencia por las problemáticas relaciones entre los surrealistas y el Partido Comunista francés, caracterizó a las teorías revolucionarias del período de ascenso del movimiento obrero. Desde los anarco-sindicalistas a los estalinistas, la mayor parte de ese movimiento depositó sus esperanzas de superar el capitalismo y la sociedad de clases en general, en el incremento del poder de la clase obrera al interior del capitalismo. Se esperaba que llegado un cierto punto este poder obrero conquistaría los medios de producción abriendo un “período de transición” al comunismo o al anarquismo, período en que la situación de la clase obrera no sería abolida, sino que se generalizaría. Así, el objetivo último de suprimir la sociedad de clases coexistía con toda una gama de medidas revolucionarias que presuponían su perpetuación.

 

La Internacional Situacionista (IS) heredó esa contradicción surrealista entre unas medidas políticas tendientes a liberar el trabajo, y el objetivo utópico de su abolición. Su principal logro consistió en llevar esa contradicción más allá del plano exterior donde era mediada por la transición del programa socialista, para situarla en cambio en un nivel interno donde dio vida a su concepción propia de la actividad revolucionaria. Esta concepción consistió en un examen crítico de la liberación del trabajo, proponiendo el rechazo de toda separación entre acción revolucionaria y transformación total de la vida – idea que estaba expresada ya implícitamente en su proyecto original de “crear situaciones”. No se debe subestimar la importancia de este desarrollo, pues la “crítica de la separación” implicaba aquí una negación de todo intervalo temporal entre medios y fines (y por tanto de cualquier período de transición), así como un rechazo de toda mediación sincrónica; insistiendo en cambio en la participación universal (democracia directa) en la acción revolucionaria. No obstante, pese a esta capacidad para repensar el espacio y el tiempo de la revolución, el esfuerzo que la IS hizo por ir más allá de la contradicción entre liberar y abolir el trabajo, la llevó en última instancia a hacer implosionar ambos polos uno contra el otro, generando así una unidad inmediata contradictoria que desplazaba la oposición entre medios y fines hacia una contradicción entre forma y contenido.

 

Tras su encuentro con el grupo neo-consejista Socialismo o Barbarie a comienzos de los sesenta, la IS adoptó sin reservas el programa revolucionario del comunismo de consejos, glorificando al Consejo – aparato mediante el cual los obreros auto-gestionarían la producción y junto a otros consejos ejercerían todo el poder social – como la “forma al fin descubierta” de la revolución proletaria. A partir de ahí, todo el potencial y las insuficiencias de la IS quedaron contenidas en la tensión entre su llamado a “abolir el trabajo” y su consigna central: “todo el poder a los consejos obreros”. Por un lado el contenido de la revolución suponía un cuestionamiento radical del trabajo mismo (y no sólo de su organización), apuntando a abolir la separación entre trabajo y goce; mientras que por otro la forma de esta revolución implicaba que los trabajadores tomaran el control de sus lugares de trabajo y los administraran democráticamente 8.

 

Lo que impidió a la IS superar esta contradicción fue que ambos polos, forma y contenido, hundían sus raíces en una afirmación del movimiento obrero y de la liberación del trabajo. Aunque la IS adoptó del joven Marx (y de las investigaciones sociológicas de Socialismo o Barbarie) un interés por la alienación del trabajo, supuso que la crítica de esta alienación había sido posible gracias a la prosperidad tecnológica del capitalismo moderno (los potenciales para una “sociedad del ocio” aportados por la automatización) y a los batallones del movimiento obrero capaces de impulsar - en sus luchas cotidianas -estos avances técnicos, y de apropiarse – a través de los consejos obreros – de su empleo práctico. Por tanto, creyeron que la abolición del trabajo, tanto en sentido técnico como organizacional, era posible gracias a la existencia de un poder obrero en los centros de producción. Los situacionistas se imaginaron que si las técnicas de los cibernéticos y los gestos de los bohemios anti-artistas pasaban a las confiables manos callosas de la clase obrera organizada, la abolición del trabajo sería el resultado directo de su liberación. Es decir, se imaginaron que la superación de la alienación resultaría de la reestructuración técnico-creativa inmediata del lugar de trabajo por los propios trabajadores.

 

En este sentido la teoría de la IS representa el último gesto de fe sincero en una concepción revolucionaria que veía la autogestión como parte integral del programa de liberación del trabajo. Sin embargo, su crítica del trabajo sería asumida y transformada por quienes trataron de teorizar las nuevas luchas surgidas cuando este programa entraba ya en crisis irreversible en los 70. Estos últimos pensaron que dicha crítica arraigaba no en una afirmación del movimiento obrero, sino en las nuevas formas de lucha que coincidían con su descomposición. Sin embargo, en los escritos de Invariance, La Vielle Taupe, Mouvement Communiste y otros, el esfuerzo por superar la contradicción central de la IS se iba a expresar en primer lugar como una crítica del “formalismo”, del predominio de la forma sobre el contenido, dentro de la ideología del comunismo de consejos.

 

 

La crítica del Consejismo

 

Desoyendo las instrucciones de la IS, los trabajadores que tomaron parte en la huelga de masas de mayo del 68 en Francia no se apoderaron de los medios de producción, no formaron consejos ni trataron de hacer funcionar las fábricas bajo control obrero 9. En una inmensa mayoría de las empresas ocupadas los obreros se conformaron con dejar toda la organización en manos de sus delegados sindicales, y éstos con frecuencia tuvieron dificultades para convencerlos de presentarse a las asambleas de ocupación para votar la continuación de la huelga 10. En las luchas más importantes de los años posteriores, sobre todo en Italia, la forma consejista, modelo indiscutible del radicalismo proletario durante el ciclo anterior (Alemania 1919, España 1936, Hungría 1956), brilló por su ausencia. Con todo y paradójicamente, en estos años la ideología consejista tuvo un nuevo auge, pues la percepción de una clase obrera cada vez más indisciplinada y la escasa viabilidad de las viejas organizaciones parecían indicar que sólo faltaba una forma más apropiada a esas luchas espontáneas y no-jerárquicas. En ese contexto grupos como Informations Correspondance Ouvrieres (ICO) en Francia, Solidarity en Inglaterra, Root and Branch en Estados Unidos, y en alguna medida la corriente obrerista en Italia, lograron revivir el interés en la izquierda germano-holandesa, mediante el recurso de culpar de cada nuevo fracaso a los viejos enemigos del consejismo: los partidos y sindicatos de izquierda, los “burócratas”, como los llamaba la IS.

 

Este punto de vista no tardaría en encontrar resistencia, bajo la forma de un resurgimiento de la otra tradición comunista de izquierda. Bajo el liderazgo de Amadeo Bordiga, la izquierda italiana venía criticando largamente al comunismo de consejos (Lenin en “La enfermedad infantil de la izquierda comunista” había metido a ambas corrientes en el mismo saco) por su excesivo interés en la forma en desmedro del contenido, y por su concepción acrítica de la democracia 11. Tal es la posición, filtrada por la influencia del bordiguismo disidente de la revista Invariance, que inspira la crítica del consejismo formulada por Gilles Dauvé en su “Contribución a la crítica de la ideología de ultra-izquierda”, uno de los textos fundacionales de la tendencia que estamos describiendo 12. Dauvé acusa a los consejistas de caer en el formalismo, por dos razones: porque en relación con el problema de la organización ven la forma organizativa como el factor decisivo (un “leninismo invertido”), y porque su concepción de la sociedad post-revolucionaria convierte la forma (los consejos) en el contenido del socialismo, concibiendo este último como un asunto esencialmente administrativo. Para Dauvé, al igual que para Bordiga, éste era un falso problema, ya que el capitalismo no es un modo de gestión sino un modo de producción en que los “administradores” de todo tipo (capitalistas, burócratas, o incluso los trabajadores) no son más que funcionarios mediante los cuales se articula la ley del valor. Como afirmarían más tarde Pierre Nashua (La Vielle Taupe) y Carsten Juhl (Invariance), tal preocupación por la forma en lugar del contenido efectivamente reemplaza el objetivo comunista de destruir la economía, por un mero rechazo a su administración burguesa 13.

 

Crítica del trabajo: el regreso

 

Por sí sola esta crítica del consejismo no podía más que conducir a una reelaboración de las tesis canónicas de la izquierda italiana, ya sea mediante una crítica inmanente (a la Invariance) o desarrollando una especie de híbrido ítalo-germano (a la Mouvement Communiste). Lo que dio el empuje para una nueva concepción de la revolución y del comunismo (entendidos como comunización) no fue únicamente la comprensión del contenido del comunismo derivada de una lectura atenta de Marx y Bordiga, sino también el influjo de la oleada de luchas de clase de fines de los sesenta y comienzos de los setenta, luchas que darían una nueva significación al “rechazo al trabajo” en tanto contenido específico de la revolución.

 

A principios de los 70 los periodistas y sociólogos empezaron a hablar de una “revuelta contra el trabajo” que afectaba a toda una nueva generación de obreros en las industrias tradicionales, y que se expresaba en unas tasas de ausentismo y sabotaje cada vez mayores, así como en un desdén generalizado hacia la autoridad de los sindicatos. Los comentaristas culpaban indistintamente al sentimiento de precariedad e inseguridad generado por la automatización; a la asertividad creciente de las minorías tradicionalmente oprimidas; a la influencia de la contracultura anti autoritaria; a la fuerza y al sentido de valía creados por el largo auge de post-guerra y su bienestar social tan duramente conquistado. Cualquiera sea la razón de estos fenómenos, lo que parecía caracterizar las nuevas luchas era una ruptura con las formas tradicionales que los obreros habían empleado para tratar de obtener el control sobre el proceso de trabajo, dejando en su lugar apenas la expresión de un aparente deseo de trabajar menos. Para muchos de los que habían recibido la influencia de la IS, este nuevo “asalto” proletario estaba marcado por un “rechazo al trabajo” liberado ya de los elementos tecno-utópicos y artístico-bohemios que la IS nunca había podido dejar atrás. Grupos como Négation e Intervention Communiste afirmaron que en estas luchas lo que estaba siendo atacado no era sólo el poder de los sindicatos, sino también el conjunto del programa marxista y anarquista de liberar el trabajo e instaurar el “poder obrero”. Lejos de liberar al trabajo poniéndolo bajo control obrero y usándolo para tomar el control de la sociedad mediante la auto­gestión de las empresas, en el mayo francés y en el “otoño rampante” italiano la “crítica del trabajo” tomó la forma de cientos de miles de obreros desertando de sus puestos. La ausencia de consejos obreros durante este período no se entendió como un signo de que las luchas no habían ido lo bastante lejos, sino como expresión de una ruptura con lo que llegaría a ser conocido como “el movimiento obrero clásico”.

 

El concepto de Comunización

 

Así como contribuyó a difundir la antedicha crítica del consejismo, la publicación bordiguista disidente Invariance fue un importante precursor de la reflexión crítica acerca de la historia y función del movimiento obrero. Para Invariance el viejo movimiento obrero había sido una parte integrante de la transición del capitalismo desde una fase de “dominación formal” hacia una de “dominación real”. Las derrotas obreras eran necesarias por cuanto su principio organizador había sido constituido por el capital:

 

“El ejemplo de la revoluciones alemana y - sobre todo – rusa, muestra que el proletariado era perfectamente capaz de destruir un orden social que se presentaba como un obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas, y por tanto al desarrollo del capital, pero que llegado el momento de establecer una comunidad diferente, siguió prisionero de la lógica de la racionalidad del desarrollo de esas fuerzas productivas, y limitándose al problema de cómo gestionarlas” 14.

 

Así, lo que para Bordiga había sido un error teórico y organizacional, Camatte lo convirtió en la definición misma del papel histórico del movimiento obrero dentro del capitalismo. La auto-liberación de la clase trabajadora significaba así únicamente el desarrollo de las fuerzas productivas, por cuanto la principal fuerza productiva era la clase trabajadora misma. No hacía falta seguir a Camatte en su éxodo hacia lo silvestre 15 para estar de acuerdo con su diagnóstico. Después de todo, en los 70 estaba claro que el movimiento obrero había jugado un papel esencial, al menos al comienzo, en el crecimiento sin precedentes de la capacidad productiva de los estados socialistas; mientras que en occidente las luchas obreras por mejores condiciones habían desempeñado un rol crucial en el auge de post-guerra y la consiguiente expansión global del modo de producción capitalista. Incluso hubo muchos que vieron la crisis de las instituciones del movimiento obrero en los 70 como la evidencia de que esa función puramente capitalista estaba entrando en crisis, y que los trabajadores podrían al fin desembarazarse del peso muerto de su historia. Para Mouvement Communiste, Négation, Intervention Communiste y otros, el fracaso del viejo movimiento obrero debía ser celebrado, no porque el liderazgo corrupto de las organizaciones obreras no fuera ya capaz de restringir la autonomía de las masas, sino porque ese cambio significaba ir más allá de la función histórica del movimiento obrero, lo que a su vez señalaba el resurgimiento del movimiento comunista, el “movimiento real que suprime el estado de cosas actual” 16. Y lo hacía en un sentido inmediato, porque las revueltas y huelgas salvajes de esa década fueron interpretadas por esos escritores como un rechazo total de las mediaciones del movimiento obrero, no en pos de una mediación más “democrática” como la de los consejos obreros, sino de un modo que planteaba la producción inmediata de relaciones comunistas como el único horizonte revolucionario posible. Si antes se pensaba que el comunismo debía ser creado después de la revolución, ahora la revolución era concebida como la producción misma del comunismo (abolición del trabajo asalariado y del Estado). La idea de un período de transición fue así abandonada 17.

 

En un texto reciente Dauvé resume su visión del movimiento obrero clásico:

 

“El movimiento obrero que existía en 1900, e incluso en 1936, no fue aplastado por la represión fascista ni fue comprado a cambio de transistores o refrigeradores: se autodestruyo como fuerza transformadora por cuanto se propuso como objetivo perpetuar la condición proletaria, en vez de superarla… La finalidad del viejo movimiento obrero era hacerse cargo del mismo mundo y gestionarlo de una forma nueva: poner a trabajar a los ociosos, desarrollar la producción, introducir la democracia obrera (al menos en principio). Sólo una ínfima minoría, tanto “anarquista” como “marxista”, afirmó que una sociedad diferente significaba destruir el Estado, la mercancía y el trabajo asalariado, aunque rara vez entendió esto como un proceso, sino más bien como un programa que había que llevar a la práctica después de la conquista del poder…” 18.

 

Contra ese enfoque programático, grupos como Mouvement Communiste, Négation, y La Guerre Sociale invocaron una concepción de la revolución como destrucción inmediata de las relaciones de producción capitalistas, como “comunización”. Como veremos, la forma de entender esta comunización difiere en los distintos grupos, pero en esencia significa la aplicación de medidas comunistas dentro de la revolución – como condición de su supervivencia y como principal arma contra el capital. Cualquier “período de transición” es visto como algo inherentemente contrarrevolucionario, no sólo porque da lugar a una estructura de poder alternativa que se resistirá a “extinguirse” (véase por ej. las críticas anarquistas de la “dictadura del proletariado”), ni tampoco porque parece dejar intactos ciertos aspectos fundamentales de las relaciones de producción, sino porque la base misma del poder obrero que cimienta esa transición aparece ahora como algo fundamentalmente ajeno a las luchas mismas. El poder obrero es sólo la otra cara del poder del capital, es el poder de reproducir a los trabajadores como trabajadores; de ahí que la única perspectiva revolucionaria que queda sea la abolición de ese vínculo recíproco 19.

 

Comunización y ciclos de lucha: Troploin y Théorie Communiste

 

El entorno que vio nacer la idea de comunización no fue nunca muy unificado, y a medida que pasaba el tiempo sus divisiones no hicieron más que acrecentarse. Algunos terminaron abandonando todo rastro del rechazo consejista al partido y en cambio retornaron a lo que quedase del legado de la izquierda italiana, congregándose en torno a sectas atávicas como la Corriente Comunista Internacional (CCI). Muchos otros interpretaron la crítica del viejo movimiento obrero y del ideal consejista como un cuestionamiento del potencial revolucionario de la clase trabajadora. En su versión más extrema - en la revista Invariance - esta tendencia condujo a un abandono de la “teoría del proletariado”, reemplazándola con una exigencia puramente normativa de “abandonar este mundo”, mundo en el que la comunidad del capital, por obra de la dominación real, habría suplantado a la comunidad humana. Incluso entre quienes no llegaron tan lejos surgió la persistente noción de que mientras las luchas siguieran atadas al lugar de trabajo, no podrían expresarse más que como una defensa de la condición asalariada. Pese a tener puntos de vista diferentes, Mouvement Communiste, La Guerre Sociale, Négation y sus descendientes acabaron validando las revueltas de los 70 en los lugares de trabajo y las concurrentes luchas en torno a la reproducción, en tanto esas luchas parecían traspasar las limitaciones impuestas por la identidad de clase, liberando a la “clase para sí” de la “clase en sí”, y revelando por consiguiente el potencial de comunización como realización de la verdadera comunidad humana. Unos pocos asociados a esta tendencia (sobre todo Pierre Guillaume y Dominique Blanc) llevarían la crítica del anti-fascismo (compartida hasta cierto punto por todos los defensores de la tesis de la comunización) al extremo de implicarse en el “affair Faurisson” a fines de los 70 20. Otra tendencia, representada por Théorie Communiste (en adelante TC), buscó historizar la tesis misma de comunización, viendo en ella la expresión de unos cambios en las relaciones de clases que apuntaban a debilitar las instituciones del movimiento obrero y la identidad de clase en general. Más tarde concibieron este cambio como una reestructuración fundamental del modo de producción capitalista, acorde con el fin de todo un ciclo de luchas y con el surgimiento, mediante una contra-revolución exitosa, de un ciclo nuevo. Para TC, el rasgo distintivo de este nuevo ciclo es que contiene el potencial de comunización como límite de una contradicción de clase situada nuevamente al nivel de la reproducción (ver el posfacio para una clarificación de TC acerca de este punto) 21.

 

Si TC desarrolló su teoría de la reestructuración a fines de los 70, otros le siguieron en los 80 y 90, mientras que el grupo Troploin (formado principalmente por Gilles Dauvé y Karl Nesic) ha intentado recientemente hacer algo semejante en sus textos Wither the World e In for a Storm. Entre ambas concepciones hay diferencias ostensibles, debidas en grado no menor al hecho de que las últimas fueron elaboradas en parte como réplicas a las primeras. El intercambio entre Théorie Communiste y Troploin que aquí publicamos tuvo lugar en los últimos diez años. Aunque en estos textos ambos grupos reafirman la historia revolucionaria del siglo veinte, en ellos subyacen concepciones diferentes de la reestructuración capitalista, así como distintas interpretaciones del período actual.

 

El primer texto, When Insurrections Die, está basado en una introducción escrita por Dauvé para una antología de artículos de la revista de la izquierda italiana Bilan, referidos a la guerra civil española. En este texto Dauvé quiere mostrar cómo la oleada de revueltas proletarias de la primera mitad del siglo veinte fue aplastada por las vicisitudes de la guerra y por la ideología. En Rusia la revolución fue sacrificada en nombre de la guerra civil y luego destruida por la consolidación del poder bolchevique; en Italia y Alemania los obreros fueron traicionados por los partidos y sindicatos, por la mentira de la democracia; y en España fue de nuevo la marcha hacia el frente (al son del anti-fascismo) lo que selló el destino de todo un ciclo, en que la revolución proletaria quedó atrapada entre dos frentes burgueses.

 

Dauvé no aborda las posteriores luchas de los 60 y 70, pero es obvio que las afirmaciones que hizo en este período, por ejemplo sobre la naturaleza del movimiento obrero en su conjunto, revelan su idea de lo que “le faltó” a las anteriores oleadas de lucha derrotadas. En su crítica al artículo When Insurrections Die, TC atribuye a Dauvé lo que ellos consideran un punto de vista “normativo”, que confronta las revoluciones reales con lo que podrían o deberían haber sido; es decir, con una fórmula - nunca enunciada a cabalidad - de lo que es una verdadera revolución comunista. TC coincide ampliamente con la idea de revolución de Dauvé (esto es: comunización), pero le critica el imponer ahistóricamente esa idea a las luchas revolucionarias anteriores, como medida de su éxito y de su fracaso (siendo por tanto incapaz de explicar la aparición histórica de la tesis misma de la comunización). Según TC, la consecuencia de ello es que la única forma en que Dauvé puede explicar el fracaso de las revoluciones pasadas es mediante la afirmación tautológica de que no fueron lo bastante radicales: “las revoluciones proletarias fracasaron porque los proletarios no hicieron la revolución” 22. Por el contrario, ellos sostienen que su teoría puede explicar consistentemente la totalidad del ciclo de revolución, contrarrevolución y reestructuración, mostrando que las revoluciones llevaban en su seno su propia contrarrevolución, en tanto límite inherente a los ciclos que les dieron vida y les pusieron fin 23.

 

En los tres textos subsiguientes del intercambio (dos de Troploin y uno de TC) se indaga en algunos puntos controversiales, como el papel del “humanismo” presente en la idea de comunización defendida por Troploin, y el papel del “determinismo” presente en la de TC. Aunque éste es para nosotros el aspecto más interesante de este intercambio, la razón de que publiquemos estos textos es que constituyen el esfuerzo más sincero que conocemos por afirmar el legado de los movimientos revolucionarios del siglo 20. Esto, en términos de una concepción del comunismo no como ideal ni como programa, sino como movimiento inmanente al mundo del capital, movimiento que suprime las relaciones sociales capitalistas sobre la base de unas premisas ya existentes en la actualidad. Es para interrogar estas premisas, para volver al presente – a nuestro punto de partida –, que tratamos de analizar las condiciones que las hicieron nacer en los anteriores ciclos de lucha y revolución.

 

Ndt: Las versiones castellanas de los textos están indicadas entre corchetes.

 

 

 


 

 

  1.  www.endnotes.org.uk [NdT]
  2. Sólo existen versiones castellanas de “Cuando las insurrecciones mueren” de Troploin, y de “Historia normativa…” de Théorie Communiste. Ambos textos se encuentran en www.geocities.com/cica_web [NdT]
  3. Los materiales aún no traducidos al castellano son: “Human, all too human?” y “Love of labour? Love of labour lost…” de Troploin; “Much ado about nothing” de Théorie Communiste; y un posfacio de los editores de Endnotes. [NdT]
  4.  Karl Marx, El 18 Brumario de Louis Bonaparte, 1852 (MECW 11), pp. 103-106. Todas las referencias a las obras de Marx y Engels corresponden a las Obras Escogidas de Marx-Engels, por Lawrence & Wishhart Marx-Engels Collected Works (MECW) [para esta traducción hemos usado la versión del Archivo Marxista en internet: www.marxists.org].
  5. ‘Ahora, la SI’ (IS no. 9, 1964). Christopher Gray, Leaving the Twentieth Century: the Incomplete Works of the Situationist International (Rebel Press 1998) [existe versión castellana de este texto en el Archivo Situacionista Hispano: www.sindominio.net/ash].
  6. “¡Jamás trabajaremos, oh oleadas de fuego!”, Arthur Rimbaud, Qu'est-ce pour nous, mon cœur (1872) en: Œuvres complètes (Renéville & Mouquet, 1954), p. 124.
  7.  La Révolution Surréaliste no. 4 (1925). En la práctica el rechazo surrealista al trabajo se limitaba a los artistas, y se expresaba en sus denuncias del efecto del trabajo asalariado sobre la creatividad, y en su exigencia de subsidios públicos para cubrir su subsistencia. Incluso en un texto escrito en colaboración por Breton y Trotsky, Hacia un arte revolucionario libre, parece distinguir entre dos regímenes revolucionarios, uno para los artistas e intelectuales, y otro para los trabajadores: “si para un mejor desarrollo de las fuerzas de producción material la revolución debe construir un régimen socialista bajo control centralizado, para desarrollar la creación intelectual lo primero será establecer un régimen anarquista de libertad individual”. Una de las razones de que los surrealistas descuidasen la contradicción entre liberación y abolición del trabajo, pudo haber sido que veían la primera como un problema de otros.
  8.  Los situacionistas estaban concientes de la posibilidad de esta crítica e intentaron conjurarla. En los “Preliminares sobre los Consejos y la Organización Consejista” (IS nº 12, 1969 [en castellano en www.sindominio.net/ash]) Riesel afirma: “se sabe que no tenemos ninguna inclinación obrerista del tipo que sea”, pero a continuación explica cómo los obreros siguen siendo la “fuerza central” en los consejos y en la revolución. Cuando más se acercan a cuestionar la afirmación del proletariado, es decir en su teoría de la “autogestión generalizada”, es cuando son más incoherentes; por ejemplo: “sólo el proletariado, negándose a sí mismo, le da una forma reconocible al proyecto de autogestión generalizada, puesto que contiene tal proyecto en sí mismo, subjetiva y objetivamente” (Vaneigem, Aviso a los civilizados sobre la autogestión generalizada, ibid.). Si el proletariado lleva “dentro de sí mismo” el proyecto de la autogestión generalizada, se sigue que al “negarse a sí mismo” debe negar también dicho proyecto.
  9. Más tarde la IS revelaría la profundidad de su auto-engaño al asegurar, en retrospectiva, que los obreros habían estado “objetivamente, en varias ocasiones, a sólo una hora” de instaurar Consejos durante los sucesos de mayo. El comienzo de una era (IS no. 12, 1969) [www.sindominio.net/ash].
  10. Bruno Astarian, Les grèves en France en mai-juin 1968, (Echanges et Mouvement 2003).
  11.  Por ejemplo: “Las fórmulas de control obrero y gestión obrera pierden todo sentido. En el socialismo ya no existe la sociedad seccionada entre productores y no productores, porque ya no existe una sociedad dividida en clases. El contenido del socialismo (si se quiere emplear esta pobre expresión) no será la autonomía, el control y la gestión del proletariado, sino la desaparición del proletariado, del asalariado, del intercambio (aun del último, que se efectúa entre moneda y fuerza de trabajo), y, en fin, de la empresa. Allí no habrá nada que controlar y administrar, nadie respecto a quien pedir autonomía”. Amadeo Bordiga, The Fundamentals of Revolutionary Communism (1957) (ICP, 1972) [versión castellana en http://www.sinistra.net/lib/bas/progra/vali/valiidodis.html].
  12. Publicado por primera vez en inglés en Eclipse and Re-Emergence of the Communist Movement (Black and Red, 1974) [publicado en castellano por Ediciones Espartaco Internacional: Eclipse y resurgimiento de la perspectiva comunista, en www.edicionesespartaco.com].
  13. Pierre Nashua (Pierre Guillaume), Perspectives on Councils, Workers’ Management and the German Left (La Vielle Taupe 1974). Carsten Juhl, The German Revolution and the Spectre of the proletariat (Invariance, Serie II no. 5, 1974).
  14. . Jacques Camatte, Proletariat and Revolution (Invariance, Serie II no. 6, 1975).
  15. . Camatte, especialmente a través de su influencia sobre Fredy Perlman, se convertiría en uno de los principales inspiradores del pensamiento primitivista — véase This World We Must Leave: and Other Essays (Autonomedia, 1995).
  16.  Marx & Engels, The German Ideology (MECW 5), p. 49 [en castellano en www.marxists.org]
  17. La idea de un “período de transición”, presente sobre todo en los escritos políticos de Marx y Engels, fue compartida por casi todas las tendencias del movimiento obrero. Se suponía que durante ese período los trabajadores tomaran el control de los aparatos político (leninismo) o económico (sindicalismo) haciéndolos funcionar de acuerdo a sus propios intereses. Esto era coherente con la idea generalmente aceptada de que los obreros podrían administrar sus lugares de trabajo mejor que los patrones, y que por consiguiente tomar el control de la producción sería al mismo tiempo desarrollarla (solucionando ineficiencias, irracionalidades e injusticias). Al postergar el problema del comunismo (el problema práctico de abolir el trabajo asalariado, el intercambio y el Estado) para después de la transición, el objetivo inmediato, la revolución, se convirtió en un asunto de superar ciertos aspectos “malos” del capitalismo (desigualdad, tiranía de una clase parasitaria, “anarquía” del mercado, “irracionalidad “ de las ocupaciones ‘improductivas’ …) para mantener otros aspectos de la producción capitalista bajo una forma más “racional” y menos “injusta” (igualdad de salarios y de la obligación de trabajar, retribución de todo el valor producido por uno tras la deducción de los “costes sociales”…).
  18.  Gilles Dauvé, Out of the Future’ en Eclipse and Reemergence of the Communist Movement (1997) pp. 12-13 [se tata de un prefacio escrito por Dauvé para la reedición del libro por Antagonism Press, en 1997. No fue incluido en la edición castellana].
  19.  Hay que hacer notar que algo semejante a una tesis de comunización fue propuesta independientemente por Alfredo Bonanno y otros “anarquistas insurreccionales” en los años 80. Con todo, ellos tendían a verla como una lección que se debía aplicar a cada lucha en particular. Tal como afirma Debord en relación con el anarquismo en general, tal metodología idealista y normativa “abandona el terreno histórico” al asumir que todas las formas correctas de la práctica ya han sido descubiertas (Debord, Society of the Spectacle (Rebel Press, 1992), § 93 p.49 [en www.sindominio.net/ash]). Como un reloj roto, ese anarquismo siempre puede decir la hora correcta pero sólo por un instante: cuando finalmente llegue la hora indicada, su acierto no tendrá mucha importancia en realidad.
  20. Robert Faurisson es un historiador burgués que se hizo conocido a fines de los 70 por negar la existencia de las cámaras de gas en Auschwitz (no así el exterminio masivo sistemático de civiles por los nazis). Esto le valió a Faurisson enfrentar un juicio. Por motivos que sólo él mismo conoce, Pierre Guillaume se convirtió en un destacado defensor de Faurisson y logró comprometer en esa causa a varios allegados de La Vielle Taupe y La Guerre Sociale (especialmente a Dominique Blanc). Esto produjo una verdadera guerra a muerte dentro de la ultraizquierda parisina, polémica que se prolongó por más de una década.
  21.  Otros grupos que descienden de esta (apenas definida) tendencia son: La Banquise, L'Insecurité Sociale, Le Brise Glace, Le Voyou, Crise Communiste, Hic Salta, La Materielle, Temps Critiques.
  22.  Ver más abajo, pág. 207.
  23.  Para una discusión más detallada sobre las diversas premisas puestas en juego en este intercambio, véase el posfacio al final de este número.