Doce muertos

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Doce muertos. De personas a cuerpos sin vida en tan solo unos minutos. Sabemos que en las guerras mueren muchísimas más personas en mucho menos tiempo, por una bomba lanzada desde un avión, por gases letales, por una mina antipersona. Pero no estamos en una guerra. Estamos en una democracia. El mundo libre soñado. La imagen que el mundo entero anhela: la gran Europa, la civilización ejemplar.

 

Doce muertos asesinados a balazos por unos personajes que sí están en guerra, que sí están entrenados para matar.

 

No os confundáis. No es la imagen explotada en todos los sentidos de la muerte de unos dibujantes y otros miembros de una revista satírica parisina hace unos pocos días la que nos viene a la mente, sino el recuerdo de los 12 cuerpos de esos migrantes subsaharianos acribillados y ahogados en pocos minutos por la Guardia Civil en Ceuta hace casi un año, el 6 de febrero de 2014, cuando esta policía militar los obligaba a retroceder hacia el mar. Fueron más los asesinados pero solamente se encontraron 12 cuerpos. El resto fue tragado por el mar.

 

No hubieron grandes marchas ni repudio, y nadie pensó en la consigna “Todas y todos somos migrantes muriendo en las puertas de Europa”. Claro, no eran blancos ni venían de países ricos, pero fueron asesinados de una manera cruel y terrible. No en defensa de ninguna religión ni fundamentalismo, aparentemente, sino en defensa de la sagrada frontera y el Estado. Para marcar, con sangre y fuego, una vez más, su frontera.

 

No se quería matar a los migrantes que osaban entrar en territorio español, asegura el ministro de Interior Jorge Fernández y su Guardia Civil, sino que “se quería trazar una especie de frontera acuática con los impactos de bala en el agua”. No hay espacio a la broma. Lo dicen seriamente.

 

Solamente en el mar Mediterráneo, la frontera marítima de Europa, este año 2014 batió su propio “record” (como dicen los medios) con más de 3.200 migantes intentando entrar en el continente muriendo ahogados en menos de 12 meses, sin contar todos los muertos en las diferentes fronteras, en los desiertos donde son dejados sin agua y sin alimento por las diferentes policías fronterizas o a manos de matones fascistas y fuerzas del orden, ni tampoco aquellos muertos una vez llegados al paraíso europeo en Centros de Internamiento para Extranjeros o en las calles a manos de la policía, ya que una vez dentro del territorio Europeo la bienvenida no es muy distinta al trato que reciben en sus puertas de entrada. El acoso policial contra poblaciones enteras (principalmente aquellos que llevan marcada en la piel su procedencia), la creciente xenofobia, el racismo fomentado por los medios de comunicación y los políticos, las campañas contra todo lo que no sea identificable con “lo europeo”.

 

Charlie es europeo y por eso no todos somos él. Hay valores, costumbres, incluso bromas (algunas un tanto pesadas) que son muy identificables con ese ente abstracto que se quiere hacer llamar “lo europeo”. Pero lo cierto es que hay muchísima gente, principalmente aquellos que no se pueden identificar con los valores dominantes, esos que definen lo que “es” y lo que “no es” europeo, que no se pueden identificar con Charlie ni con sus valores, y mucho menos con su sentido del humor.

 

Ese “Yo soy Charlie” que intenta definir una línea muy precisa: quien no está con nosotros está contra nosotros. Bajo el lema marcharon miles de personas en París. A la cita no faltó Rajoy, quien también es uno de aquellos que aterrorizan a los migrantes en las fronteras y calabozos españoles, entre muchas más hazañas, tampoco faltó Netanyahu que acribilla con su ejército a centenares de palestinos en su Terrae Sanctae y encierra cada año a aquellos israelíes que se niegan a participar en su particular forma de aterrorizar, y como era de esperar tampoco faltó el presidente turco Erdogan, que siembra el terror contra el pueblo kurdo. Tampoco faltaron los jefes de las principales potencias capitalistas. Todos los jefes de Estado, guardianes del imperio y la civilización, marcharon contra la barbarie. Junto a éstos, miles de fascistas alrededor del continente aprovecharon el impulso de Charlie para salir a sembrar en terreno más que fértil su mierda que breve comenzará a dar frutos de lo más ácidos.

 

Y las calles de París y Barcelona, entre muchísimas ciudades, se militarizan todavía más en defensa de esos valores. Con rifles y ametralladoras se puede ver a los mercenarios del Estado preparados para marcar a balazos, como hicieron en las aguas de Ceuta, una frontera: con impactos de bala se demarcarán los límites que separarán el adentro y el afuera, lo que es y lo que no es Charlie.

 

¿Qué dice Charlie de ese terrorismo? ¿También hace graciosas y divertidas viñetas de él? Porque a nosotros poca gracia nos hace el mundo de mierda en el que vivimos. ¿Eso significa “apoyar” al fundamentalismo? Para nada. No queremos que ningún fundamentalismo nos asuste ni nos oprima. Nos da igual que en su epígrafe se lea “Estado Islámico”, “Estado Laico”, “Estado Charlie” o “Estado” a secas.

 

Nos hablarán de libertad de expresión, como siempre. Pero quienes conocemos la “libertad de expresión” del Estado sabemos la relación que éste guarda con el terror: su existencia se basa en el miedo. La “libertad” de la que habla el Estado es la expresión del monopolio de la violencia.

 

Por eso, una vez más, estos acontecimientos nos demuestran que todo Estado es terrorista.

 

Algunas anarquistas

Barcelona, 14 de enero de 2015